Aviso del Cronista.

La caída de Valaquia Prima es un conjunto de relatos estructurados como una novela río sobre los sucesos que acontecen en ese planeta ambientado en el universo ficticio de Warhammer 40.000.

El creador de este blog solo tiene el objetivo hedonista slaaneshiano de pasarlo bien y hacerlo pasar bien a quien pueda leerlo. Sus relatos están hechos por fans y para fans de los fantásticos juegos de Games Workshop y por tanto no es para nada oficial ni está respaldado por susodicha empresa, no pretendiendo con ello afrentar su posición ni menoscabar su trabajo.


Pensamiento del día.

domingo, 13 de febrero de 2011

Imbra. Manufactorum. Colmena alfa. 10

La oscuridad era plácida, cómoda, un lugar donde podía descansar y que no requería un agotador trabajo perpetuo.
Ni siquiera la preocupación por Liye y las gemelas conseguía llegar a su corazón. La idea de quedarse allí no le producía ningún desagrado. Se sentía en paz.
Ellas le llamaban, las pequeñas gritaban su nombre, pero ella estaba cansada, tan cansada que no podía decirles que se callasen.

Se estaban metiendo en su cama, saltando sobre el colchón barato mientras gritaban con sus vocecillas inocentes, como hacían cuando Liye las despertaba por las mañanas. Una de ellas incluso tironeaba de su brazo como si quisiese sacarla a rastras de la cama, pero ella estaba tan cómoda, y tan cansada...
Los tirones fueron más fuertes, debía ser Lia, la mayor. Tal vez tenían prisa por ir al scholam, aunque pronto las llevaría Liye, en aquel sueño él aun no había partido hacia la tierra del invierno eterno.
Notó que se movía, ¿por qué no la dejaban dormir? ¿acaso no sabían cuanto trabajaba por ellas? Pero Imbra no abrió los ojos, ni siquiera cuando gritaron su nombre. Aquella voz no era infantil.
Entonces una de las pequeñas corrió las cortinas, dejando que la luz y el calor del sol entrase por la ventana y bañase su piel...
Los tirones se hicieron frenéticos.
No, aquello no podía ser, colmena alfa estaba sumergida en un ocaso perpetuo, la luz artificial que daba lugar a los ciclos diurnos jamás calentaba tanto como el verdadero sol... Y muchos menos se podía comparar con el calor incandescente que abrasaba su rostro ahora mismo.
Abrió los ojos a un mundo ajeno a su sueño, los gritos que había confundido con Lia y Taria eran de sus compañeras del manufactorum que tiraban de ella, y el bochorno que había tomado por el de un sol que jamás había bañado su piel era el de su hexápodo, retorcido bajo el peso de la carga y ardiendo a varios metros de ella.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Imbra. Manufactorum. Colmena alfa. 09

Aquel día hubo un accidente en el manufactorum.
Imbra conducía su enorme hexápodo con una carga de blindaje de tanques entre sus chirriantes mandíbulas mientras maldecía por lo bajo.
Notaba la lentitud de la máquina y su desagrado por esta tarea que la forzaba hasta sus límites.
Los grises prefectos del Munitorum habían ordenado aumentar de nuevo la producción un 10% más. La única forma que en su opinión posibilitaba alcanzar estos resultados era cargar las máquinas con mayores contenedores y atenuar aun más los ya rebajados protocolos de seguridad.
La operaria sabía que era muy peligroso, los pasillos estaban muy transitados, los enormes hexápodos se mostraban tercos y avanzaban a trompicones pese al control de las operarias y en el proceso de fabricación había más gritos que advertencias.
Ni siquiera había hablado con sus compañeras, ni siquiera unas pocas palabras que aliviasen la situación.
Y entonces ocurrió.
La bestia de carga que iba delante de ella levantó el contenedor con sus mandíbulas y giró sobre su eje. La vuelta fue más acusada de lo esperado y las patas de la bestia tropezaron inclinándo el cuerpo peligrosamente. El hexápodo Imbra conducía se acercaba ya a recoger su contenedor.
Todo fue muy rápido.
El metálico insecto cayó justo entre las mandíbulas abiertas de su compañero, que al detectar la presencia se cerraron con firmeza. Los ojos de ambos se cruzaron. Apenas había tenido tiempo de cambiar la orientación para que Vera, su compañera, no quedase entre las dos piezas.
Hubo un aullido de miedo cercenado súbitamente con un ominoso chasquido de metal contra metal.
La bestia caida, cortada por la mitad cayó al suelo entre chispazos y aceite derramado mientras su carga se precipitaba sobre los operarios de a pie, que apenas tuvieron tiempo para intentar escapar. Muchos murieron allí entre gritos, resbalando sobre el combustible y aplastados por las piezas de tanques que caían y rodaban por el suelo.
Varios de los contenedores que aguardaban la recogida fueron golpeados por la parte delantera del hexápodo mutilado y se derramaron como una avalancha de metal con un estruendo cacofónico.
Imbra vió esto con pavor. Si aquella avalancha seguía su curso cientos de personas morirían en aquel subsector. Entonces notó como su hexápodo comenzaba a perder estabilidad, cuando la masa del otro lo embistió y las patas no pudieron encontrar estabilidad.
Tuvo un instante para tomar la decisión. Ni siquiera pudo elevar una plegaria al Emperador para que fuese buena.
Con más instinto que destreza giró con brusquedad la enorme máquina, haciéndola resbalar adrede para que cayese sobre su costado. Por un instante pensó que no lo conseguiría. Pero entonces muy poco a poco la máquina comenzó a inclinarse del lado deseado. La máquina de un centenar de toneladas se partió varias de sus patas en el giro y se terminó desplomando.
Si todo salía bien, las dos máquinas caídas impedirían que el resto de la carga rodase por el almacén y aplastase más personas.
Imbra intentó saltar antes de que rodase. Vio a Vera salir del suyo y ponerse a cubierto. Consiguió soltar su correa de seguridad, pero antes de salir de la cabina descubierta la carga derramada embistió su máquina de carga. La bestia dió una vuelta de campana aferrando entre sus mándíbulas aun parte de la otra máquina, y Imbra se golpeó la cabeza contra uno de los mandos.
Lo último que pudo ver antes de quedar sumida en la oscuridad fue un charco de combustible del hexápodo roto que se acercaba a ella lentamente.