Ni siquiera la preocupación por Liye y las gemelas conseguía llegar a su corazón. La idea de quedarse allí no le producía ningún desagrado. Se sentía en paz.
Ellas le llamaban, las pequeñas gritaban su nombre, pero ella estaba cansada, tan cansada que no podía decirles que se callasen.
Se estaban metiendo en su cama, saltando sobre el colchón barato mientras gritaban con sus vocecillas inocentes, como hacían cuando Liye las despertaba por las mañanas. Una de ellas incluso tironeaba de su brazo como si quisiese sacarla a rastras de la cama, pero ella estaba tan cómoda, y tan cansada...
Los tirones fueron más fuertes, debía ser Lia, la mayor. Tal vez tenían prisa por ir al scholam, aunque pronto las llevaría Liye, en aquel sueño él aun no había partido hacia la tierra del invierno eterno.
Notó que se movía, ¿por qué no la dejaban dormir? ¿acaso no sabían cuanto trabajaba por ellas? Pero Imbra no abrió los ojos, ni siquiera cuando gritaron su nombre. Aquella voz no era infantil.
Entonces una de las pequeñas corrió las cortinas, dejando que la luz y el calor del sol entrase por la ventana y bañase su piel...
Los tirones se hicieron frenéticos.
No, aquello no podía ser, colmena alfa estaba sumergida en un ocaso perpetuo, la luz artificial que daba lugar a los ciclos diurnos jamás calentaba tanto como el verdadero sol... Y muchos menos se podía comparar con el calor incandescente que abrasaba su rostro ahora mismo.
Abrió los ojos a un mundo ajeno a su sueño, los gritos que había confundido con Lia y Taria eran de sus compañeras del manufactorum que tiraban de ella, y el bochorno que había tomado por el de un sol que jamás había bañado su piel era el de su hexápodo, retorcido bajo el peso de la carga y ardiendo a varios metros de ella.
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