Una luz se coló en sus sueños. Un rostro. Una mujer que avanzaba entre las estrellas. Sabía que la conocía, pero no era capaz de recordarla. Dos ojos verdes mirándole con preocupación que se acercaban a él.
Sus manos acariciaron el curtido rostro del general, sintió como la barba se erizaba con el contacto, la pequeña molestia de su piel hizo que algo se rebullese en su interior y fue precisamente eso lo que Voidova usó para afianzarse. Se concentró en el estímulo, saltando por los nervios, neurona a neurona acercándose a la mente de Draco. Por desgracia la disformidad era tan fuerte en aquella sala, tan próxima a irrumpir al mundo real que tenía que hacerlo con cuidado o los sesos de su esposo terminarían salpicando las paredes.
Él estaba tenso, con los ojos en blanco, perdido en los horrores que el infierno le estuviese mostrando. Ella misma sentía aquel poder avasallador intentando entrar en su interior como lo había hecho en los demás. Si no hubiese estado la última no habría podido levantar sus barreras y estaría desangrándose como el inquisidor. Incluso ahora la tentación era fuerte… ella era una psíquica, una mutante, una hija del Caos, y su padre le estaba llamando…
¡NO!
Clavó las uñas en el cuello de Vlad y lo besó con fuerza, mordiéndole la lengua hasta que sintió el fuerte sabor de la sangre en la suya. Notó el dolor que le había provocado y lo usó para abrirse camino, para liberar la mente de su esposo de la insidiosa presencia que le dominaba a zarpazos, como una leona que defendiese a sus cachorros.
El alto señor abrió los ojos justo a tiempo para sujetarla mientras Voidova caía.
-Acércame a la luz.- le pidió ella.- se lo que hay que hacer…
Mientras a su alrededor las incoherentes formas se hacían más sólidas y gruñían anticipándose a la inminente liberación.
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