Era un milagro que continuase vivo.
Su cuerpo, más anciano de lo concebible, se mantenía vivo gracias a la compleja maquinaria que los apotecarios civiles habían conectado a su alrededor con un centenar de cables y tuberías que entraban en el cuerpo decrépito. El lento zumbido era tranquilizador y las ondas psíquicas de los detectores indicaban que la mente del inquisidor seguía allí. Que pudiese despertar era algo totalmente diferente.
A Atlua no le sorprendía. Cuando había ocurrido aquella intrusión de la disformidad ella estaba en ese mismo Apotecarium, reponiéndose del combate en la fiesta de recepción, a apenas unas salas de distancia. Estaba todo lo lejos que se podía estar en la Aguja, y aun así el entrópico faro psíquico la había hecho gritar. Sonner, en el lecho de al lado se había desmayado.
Que Hellsing no se encontrase destrozado no hacía más que sorprenderla y aumentar su respeto por el anciano. La mente de cualquier otro psíquico, ella incluida, se habría fragmentado en mil pedazos.
Que ella supiese, la dama Voidova, aquella odiosa psíquica sancionada había quedado en coma desgarrada tras el conflicto, así como los guardias de Draco, que habían muerto o enloquecido.
Que ella supiese, la dama Voidova, aquella odiosa psíquica sancionada había quedado en coma desgarrada tras el conflicto, así como los guardias de Draco, que habían muerto o enloquecido.
El alto señor y su retorcido guardaespaldas habían mantenido la cordura, probablemente debido a que sus mentes eran tan simples que la disformidad no había tenido donde anclarse.
Respecto a Lucca...
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