El anciano tenía gran apego a su vieja silla de ruedas. Era tal este que llegaba a exasperar a su pupila Atlua Blaria, que la consideraba una antigüedad poco adecuada para la honra y el cometido de un inquisidor.
Lo cierto es que en estos momentos era solo gracias a ella que continuaba vivo.
Era una vieja silla de madera de nal, una reliquia de un mundo extinto cuyo valor era incalculable. Se decía que los bosques de nal cambiaban durante la noche, como si los propios árboles se movían, lo que debió de resultar muy divertido al artesano que la fabricó, una silla de madera que andaba para el viejo que no podía hacerlo.
Lo cierto es que el origen de la silla era solo una de las características por las que Hellsing la apreciaba.
Ingeniosamente disimuladas dentro de la madera la silla contaba con mecanismos de comunicaciones avanzadas, un pequeño motor para el transporte autónomo, balizas de localización y lo más importante, potenciadotes psíquicos y un generador de campo refractor de la más alta tecnología que había protegido al inquisidor y a su guardaespaldas de las descargas iniciales de fuego láser.
En ese momento la mayor parte de la atención del anciano residía en los enlaces psicosinápticos con la silla, intentando mantener un camuflaje psíquico pese al caos general. En medio del tiroteo nadie podía verlos huir a no ser que se fijase detenidamente en un pequeño borrón en aquella tormenta de fuego primigenio.
Lucca detuvo su apresurada carrera al llegar a las manchas de los posquemadores de la nave de descenso tras los muros de dispersión de energía, uno de los lugares más seguros de la fiesta de recepción. Casi todo el personal del séquito de Hellsing, así como la mayoría de los invitados supervivientes se había refugiado aquí. Una decena de fusiles de abordaje les apuntaron sorprendidos cuando dejó caer el camuflaje.
-¿Estamos todos?-preguntó el inquisidor.
-Todos los que hemos sobrevivido-contestó Marcus, uno de sus más antiguos servidores.- No hemos podido contactar con el equipo infiltrado en tierra. ¿Y vosotros?
Lucca negó con la cabeza.
-Me confirmaron que estaban preparados antes de tomar tierra, pero ahora he perdido todo el contacto.
El inquisidor volvió a reclinarse en la silla, mientras su mente vagaba explorando el terreno del que habían huido, haciéndose una idea aproximada de la situación. Trasmitió la imagen resultante a la mente de sus guardaespaldas.
-Sonner y Atlua siguen allí. Unos pocos valakos aun presentan batalla, pero las cosas van mal. Lucca, llévate a la mitad de los hombres y haz lo que puedas.
El aludido asintió con una media sonrisa y corrió hacia el combate, saliendo de la protección de los muros sin una sola vacilación. Una veintena de entusiastas soldados dispuesto a purgar a los descreídos a mayor gloria del Imperium.
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