Allí, enlazado del brazo de su bella primera esposa, sobre la cúspide más alta de la Colmena Alfa el despiadado general que aun era reflexionaba sobre su carrera. Ninguno de sus pensamientos volvía al dormitorio donde había dejado a Minah llorando sobre la alfombra, jamás en toda su vida había mirado atrás y probablemente eso era lo que le había condenado a pudrirse en aquel mundo. Preocupado por conseguir éxitos mayores, por llevar la luz imperial a los sitios más oscuros jamás había visto las sombras que se agrupaban a sus espaldas tejiendo traiciones y tramando su caída en desgracia. Su recompensa por un siglo de abnegado servicio victoria se hallaba a su alrededor en la forma de los simples habitantes de Valaquia maravillados por la llegada de un Inquisidor imperial, grabando todos los detalles en sus mentes como si aquello mereciese ser recordado. Hacía años él, cuando aún era el coronel Draco, había reagrupado a una diezmada brigada de infantería sin mando y dirigido un enorme asalto sufriendo el fuego de artillería traidora de Efrak cargando bajo los pies de una Legión de Titanes Imperiales. La sangre y la carne desgarrada no llegaba a tocar el suelo por la increible saturación de disparos, el estruendo de las armas de los dioses-máquina dejaron sordos a más de la mitad de los supervivientes, y todos sintieron las ampollas crecer en su piel por la intensidad del calor de las armas de plasma disparadas tan cerca, como si cien soles volasen sobre ellos.
Aquello si fue glorioso, aquello si merecía ser recordado y nadie lo sabía.
Y ahora los ejércitos batallaban en la nebulosa Lucífaga y él estaba atrapado en aquél planeta.
Los dedos enguantados en seda verde de Voidova apretaron su brazo en un gesto de consuelo. Ella era la única que sabía leer en su corazón y comprendía los anhelos de su noble alma. Le devolvió el gesto tornando la dura expresión de su rostro en una de verdadero afecto.
Se alegró como un joven inexperto cuando el rostro en forma de corazón enmarcado en una rizada melena roja tornó hacia él sus ojos verdes como dos esmeraldas con una sonrisa.
-Aguanta mi amor. Nuestro deber es estar aquí, es lo que se espera de nosotros.
-Al parecer muchos han hecho caso omiso a los deberes que nosotros cumplimos.-masculló él apartando a su pesar los ojos del idolatrado semblante de su esposa, a su voz había vuelto el desprecio.
Con un gesto saludó a Augustus Berdekat, Alto Señor del Colmena Beta, que había llegado hacía solo un par de horas y que ahora hablaba a una prudente distancia con su hijo Octavius.
La enemistad entre los dos Altos Señores era algo de sobra conocidos por el pueblo llano. Augustus había llegado a Valaquia Prima con las primeras naves de colonos y a través de astutas maniobras comerciales se había hecho con el control la mayoría de corporaciones que regían aquella pesadilla capitalista que era su megaurbe. Vlad, por su parte había sido nombrado Alto Señor por el Administratum cuando el anterior gobierno de Colmena Alfa había demostrado ser incapaz de regirla. Una nave le trajo cuando aquel mundo ya había crecido mientras sus enemigos en el Alto Mando se frotaban las manos y bebían a su salud.
-Al menos han tenido la decencia de no traer al pequeño,- susurró Voidova.- dicen que es un pusilánime hedonista.
-Entonces se parece al padre.
Su esposa comenzó a contarle alguna anécdota relacionada con la oveja negra de los Berdekat pero en ese momento Eygor, su asistente, un veterano guardia imperial que había servido bajo su mando en las estrellas y que habían licenciado por quedar dañado por las heridas de guerra más allá de toda recuperación le trajo una placa de datos. Sobre él la nave terminó su última vuelta de descenso y extendíó el tren de aterrizaje.
Temmefls, el gordo general de las fuerzas de la FDP, se puso a su lado y le saludó con torpeza.
-Todo asegurado Alto Señor.-croó a través de su múltiples papadas.
Tenía el gran pecho del uniforme cuajado de medallas autoconcedidas, y en opinión de Vlad una reliquia del anterior gobierno, parte culpable de la mala gestión. Una parte culpable que había demostrado ser muy dificil de extirpar. No dudaba ni por un momento que el mutilado Eygor, pese a necesitar prótesis mecánicas de los pulmones para abajo poseía más pelotas que aquel estúpido barrigudo.
La placa de datos emitió un pitido cuando el temporizador llegó a cero en el mismo momento en que la nave tomaba tierra.
Un listado de nombres en verde pasó ante sus ojos, todos los invitados que habían sido convocados y habían acudido. Algunos nombres tenían un color morado, como el de las consortes del estúpido padre de Minah no invitadas pero que habían acudido y a las que Temmefls no se había atrevido a negar la entrada.
Solo había unos pocos nombres en rojo, y estos eran los que le interesaban. Nadie había acudido desde Colmena Epsilon, en su lugar había una representación de los embajadores permanentes en Alfa, ni tampoco el Sumo Fabricador del Mechanicum había enviado a nadie. Vlad sonrió al tener que contar con una pieza menos en el juego. Que los tecnosacerdotes se dedicasen a fabricar sus idolatradas máquinas con su bendición, así él podría dedicarse a ganar el poder absoluto sobre aquel planeta.
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