De nuevo el anciano colocó las yemas de los dedos en las sienes de la cabeza cercenada. Cerró lo ojos y volvió a concentrarse en su interior.
Al principio solo había negrura. Una vasta inmensidad de oscuridad capaz de evaporar su arrojo. Después, conforme se adentraba más y más en ella hubo sonidos. Parecía el latir de su corazón golpeteando el pecho. Se concentró en el sonido. Cada bombeo hacía que su cuerpo vibrase, meciéndole más y más en la oscuridad.
Lo que estaba intentando era dificil incluso para un psíquico como él. Normalmente toda una curia debía reunirse para intentarlo, sin embargo ahora ni Atlua ni Sonner podían ayudarle. A su favor tenía que el cadaver estaba fresco, el cráneo intacto y gracias a la habilidad de Lucca la muerte había sido tan limpia y rápida así que el cerebro había sufrido un mínimo trauma. Gracias a esto Hellsingo confiaba en poder conseguirlo.
El sonido se convirtió en luz. Cada latido brillaba en la oscuridad como fuegos artificiales, el anciano sintió que el puente empezaba a tenderse.
Hellsing por fin notó que no estaba solo en la negrura. Tendiendo la mano a través del inimaginable vacío sujetó la que se le tendía y tirando con todas sus fuerzas la acercó a la luz de su corazón, la luz con la que el Emperador alumbraba la galaxia.
Algunos inquisidores afirmaban que aquel ritual celosamente guardado por la orden permitía soltar temporalmente el alma del muerto de más allá del velo. Otros, como el propio Hellsing, sostenían que simplemente suministraba energía al cerebro muerto dotándole de una parodia de vida, permitiendo acceder a sus recuerdos y a una leve reminiscencia de personalidad, como un tecnoadepto obteniendo viejos registros de una máquina pensante.
La puerta se abrió. Un umbral de penumbras en la oscuridad.
Hellsing no dudó un instante. Lo cruzó.
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